El paro produce efectos muy negativos en las personas y especialmente en la familia y, también, en el llamado capital humano, el recurso estratégico más importante de las empresas y de las economías avanzadas.
Un periodo de tiempo prolongado de paro o, mejor dicho, de desempleo (porque parado no se puede o debe estar nunca) supone una pérdida de conocimientos de los conocimientos adquiridos por las personas en la escuela o en los centros de formación y, además, supone una disminución de motivación por el trabajo.
La eficacia de los sistemas de formación también se resiente. Cuando nuestros jóvenes o adultos tienen dudas bien fundadas sobre si podrán o no, poner en práctica y desarrollar los conocimientos que adquieren, desaparecen muchos de los estímulos indispensables para un buen proceso de aprendizaje.
El sistema educativo se convierte, en parte, en un "aparcamiento" y el proceso de aprendizaje se reduce a la acumulación de "credenciales", más que conocimientos, que permitan situarse en una mejor posición en las colas que se forman frente a los puestos de trabajo que tarde o temprano quedarán disponibles.
Y de forma más general, el miedo al desempleo es en nuestras sociedades el freno principal a las innovaciones organizativas y tecnológicas, necesarias para resolver este problema. Además, estos efectos del desempleo son persistentes y se dejan sentir durante mucho tiempo.
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